Un día comprobé que podía caminar sobre las palabras. Me sentí como los funámbulos de los circos.
Era un vértigo especial. Me subía por el estómago un cosquilleo de siglos.
Eran las palabras.
Trepaban hacia mí. Me mordían. Me cosquilleaban. Me hacían reír. Me entristecían. Me emocionaban.
Eran los silencios.
Se balanceaban dentro de mí. Me susurraban. Me acariciaban. Me tocaban. Me lamían.
Había nacido el poema.
Había descubierto que el secreto estaba en las palabras.
Sencillas y tiernas.
Amables y duras.
Hermosas, gritonas, mudas…
Las palabras. El poema. (Ernesto Rodríguez Abad)